Aunque ambos son operadores de una misma financista (Exxon), las opiniones en torno a lo que se debe o no hacer en política exterior son muy disímiles, a tal punto que Donald Trump despidió a Tillerson (vía Twitter) por haber estado involucrado en la trama del caso Skripal y la operación de bandera falsa fabricada por los Cascos Blancos en Siria, cuestiones que el presidente estadounidense no quiso apoyar pero que se vio obligado a responder.
Presiones y pugnas
Cierto es que el carácter independiente de las decisiones del presidente de EEUU es una ficción desde antes del asesinato de John F. Kennedy en 1963. Más bien, en el mundo no occidental se reconoce más a los inquilinos de la Casa Blanca como meras fichas de poderes realmente gobernantes, en las sombras, que verdaderos soberanos movidos bajo un ideal y plan político propio.
Es por ello que la campaña global contra Donald Trump en la víspera de las elecciones de 2016 fue iracunda, violenta, a tal punto de plantear la destitución del ahora presidente antes de ser elegido. El magnate forma parte de un grupo muy específico identificado con los (así llamados por los sociólogos) WASP, por White Anglo-Saxon Protestant (los "Blancos Sajones Protestantes"), del ala no puritana que proviene de los primeros peregrinos que llegaron de Europa del norte a Norteamérica, en pugna con otro grupo diverso en su interior y dinámica, y que ciertos analistas denominan "globalistas".
Esa última facción promueve un mundo neoliberalizado bajo el mandato corporativo y se encuentra bien incrustada en los aparatos político-operativos estadounidense y británico. El poder soberano sobre el contenido del planeta Tierra es el sueño húmedo de los globalistas, donde se encuentran diferentes tendencias y relaciones, entre ellos los neocoservadores (Bush hijo) y los halcones liberales (Clinton, sobre todo Hillary).
Los WASP no puritanos como Trump, bien relacionados con los pudientes evangélicos sajones y el sionismo anglo, buscan más bien enriquecerse bajo el ideal (ahora una ilusión de mercadotecnia neoliberal) del american dream. En términos conceptuales, pretenden "restaurar la República" (desarmada por los neoconservadores luego del 11/9) y "desmantelar el Imperio" (en contraposición al "sueño americano" conservador), como lo describe el analista geopolítico francés Thierry Meyssan.
La diplomacia gringa del siglo XXI basada no en las reglas establecidas en la pasada centuria, sino más bien en la coerción y el chantaje (económico, político, militar), era un atributo a erradicar en la política de Trump, según la visión WASP, ya que más bien prefiere la clásica realpolitik que piensa al concierto internacional como un conjunto de "naciones soberanas" relacionadas entre sí. No en balde el magnate presidente tiene la opinión de Henry Kissinger en alta consideración, siendo éste promotor del sionismo y su proyecto de colonización de Palestina.
Quienes enfrentan a Trump tienen una buena porción de poder en los medios corporativos de comunicación, las entidades financieras de Wall Street, las corporaciones de Silicon Valley, la industria cinematográfica y el negocio del espectáculo 2.0, diferentes conglomerados industriales, y ciertos sectores del complejo industrial-militar. Lo que investigadores y analistas políticos llaman el Estado profundo, una generalidad para referirse a los globalistas.
El proyecto de Trump, cuya verdadera base de poder está en petroleras y alianzas políticas con distintos emporios económicos que adversan la visión globalista, tiene el fin de hacer un país próspero a costa de la productividad industrial y un mercado interno con base al libre cambio, regido bajo una estructura que dé libertad de empresa y que está expresada en la Carta de Derechos de la Constitución norteamericana firmada en el siglo XVII.
Es por ello que han calificado a Trump de nuevo Gorbachov, siendo éste quien firmó, como líder de la extinta Unión Soviética, el desmantelamiento de la potencia comunista, cuyos restos fueron engullidos por los globalistas, a tal punto que hoy día aún existe una fuerte influencia de esa rama en la política económica de la Federación Rusa. El magnate presidente pretende desde adentro, como lo hizo el soviético, desmantelar el corretaje que hace posible el avance (torcido por la emergencia en el mundo del bloque euroasiático) del proyecto globalista.
Por otro lado, la pugna entre esos dos bloques se nota demasiado ante los medios; incluso sobrepasa lo ocurrido en la era Nixon con el Watergate, que obligó a la renuncia del entonces presidente republicano. En contexto, los despidos y renuncias en la Casa Blanca son apenas un síntoma más de una guerra interclasista en el seno de los EEUU por las riendas del Imperio.
La errancia del Imperio viene de la mano de su declive
Auscultando el poder estadounidense
La cantidad de funcionarios que entraron y salieron del gobierno gringo en lo que va de era Trump es abultada (26 hasta el momento), tomando en cuenta que la dirección política de la administración actual ha sido errática, contradictoria e irregular. Ese cambio constante de nombres en un mismo cargo es apenas una expresión de la estrategia de la Casa Blanca.
Por eso las promesas del magnate presidente durante la campaña presidencial de hace unos años son ahora imposibles de asumir, sobre todo porque el músculo cerebral capaz de idear estrategias y pensar tácticas que pudieran inclinar la balanza a favor de los WASP ya no forman parte del gobierno gringo.
Figuras como el teniente Michael T. Flynn y Steve Bannon, que llegaron flamantes y vilipendiados por la prensa corporativa como los principales asesores y estrategas de Donald Trump, han sido dados de baja debido a la presión de los globalistas para torcer el proyecto America First e intentar controlar los designios de la Casa Blanca aumentando el número de personal proveniente del Estado profundo. Sobre todo neoconservadores y halcones liberales, al menos identificados con las opiniones antiiraníes de Trump.
Ciertamente, ahora la Casa Blanca tiene funcionarios a cargo de la política exterior que quieren apretar las tuercas contra la República Islámica de Irán.
Además, tomemos en cuenta la influencia israelí no sólo en Washington sino en toda Norteamérica. El ente sionista siempre ha sido beligerante frente a Irán y sus apoyos antiterroristas contra el Líbano, Siria, Irak, etc. La agenda antisiria y antiiraní, de hecho, parece estar ganando la pugna en el área militar en la cabeza de Trump, por encima de otras relacionadas con Rusia y Norcorea.
Por ejemplo, ya vimos cómo el nuevo secretario de Estado proveniente de la CIA, Mike Pompeo, dio paso a la diplomacia estilo Kissinger en el conflicto de la península coreana, mientras se refiere a Irán y sus aliados en Medio Oriente como amenazas a la seguridad occidental.
Los personajes clave en la trama de decisiones a lo interno del Salón Oval presidencial son en este momento el mencionado Pompeo; el asesor de seguridad nacional John Bolton, neoconservador que piensa más bien que Corea del Norte no se va a "desnuclearizar" debido a la memoria fresca de lo sucedido en Libia; el general Joseph Dunford, jefe del Estado Mayor estadounidense; James Mattis, jefe del Pentágono y ahora reconocido por ser un punto de equilibrio entre el extremo belicismo de Bolton y Pompeo y la insuficiente servidumbre a los planteamientos de Trump.
Fue precisamente el secretario de Defensa quien logró imponer al presidente de EEUU la decisión de atacar Damasco de manera "moderada" el 14 de abril pasado. La prudencia de Mattis, quien sabía de las consecuencias letales que hubiera tenido un ataque de mayor envargadura como prefería Bolton ("bombardeo masivo" dicen los reportes), hicieron de él un antagonista claro a los intereses de los globalistas por destruir Siria y caotizar Medio Oriente, acorde al plan neoconservador.
Por otro lado, el mismo Mattis anunció recientemente que la presencia militar de EEUU en Siria y Afganistán se postergaría indefinidamente, contrario a lo expresado en marzo pasado por Trump. Este signo denota un punto a favor de la agenda del Partido de la Guerra en Medio Oriente, mediante la agudización del conflicto diplomático y económico contra Irán y la guerra en Siria.
La estrategia diplomática de Mike Pompeo tiene, asimismo, componentes humanos con experiencia en la CIA y en la burocracia estadounidense. Un nuevo personal que supone un relevo a los diplomáticos y el staff de Rex Tillerson, quienes presuntamente apoyaron, como sus predecesores (Hillary Clinton y John Kerry, secretarios de Estado durante la Administración Obama), a la filial "ciudadana" de Al-Qaeda: los Cascos Blancos. Por ello la detención de financiación a ese grupo en recientes días, flujo que pudiera llegar por otras vías diferentes si EEUU decide continuar con la errática estrategia de mercenazgo en Medio Oriente.
Al parecer Trump confía en su nuevo secretario de Estado, Bolton está por probarse en su influencia de la política exterior de Washington, Mattis aún permanece fijo en su puesto hasta nuevo aviso, y John Kelly, jefe de seguridad nacional de EEUU, parece que será relevado por Corey Lewandowski, un operador sionista del círculo íntimo del magnate presidente.
El vuelco de 180° con respecto a lo que Trump pregonaba en 2016 (política de no-intervención, resurgir de la República estadounidense) no fue una ardid engañosa del magnate, sino más bien una consecuencia de las presiones y batallas que se le han impuesto al inquilino de la Casa Blanca en detrimento del proyecto WASP.
La ratificación o no del acuerdo nuclear iraní por parte de EEUU dejó de ser una prueba de fuego para convertirse en una certeza de que Trump ya decidió salirle del pacto, al mismo tiempo que lanza una guerra comercial con China y su equipo de asuntos foráneos mete sus manos en la política regional latinoamericana.
Tantos frentes abiertos no significan otra cosa: la errancia del Imperio viene de la mano de su declive, y por ello mismo está sometido a una batalla política sin precedentes en la historia de los EEUU.
http://misionverdad.com
Los WASP no puritanos como Trump, bien relacionados con los pudientes evangélicos sajones y el sionismo anglo, buscan más bien enriquecerse bajo el ideal (ahora una ilusión de mercadotecnia neoliberal) del american dream. En términos conceptuales, pretenden "restaurar la República" (desarmada por los neoconservadores luego del 11/9) y "desmantelar el Imperio" (en contraposición al "sueño americano" conservador), como lo describe el analista geopolítico francés Thierry Meyssan.
La diplomacia gringa del siglo XXI basada no en las reglas establecidas en la pasada centuria, sino más bien en la coerción y el chantaje (económico, político, militar), era un atributo a erradicar en la política de Trump, según la visión WASP, ya que más bien prefiere la clásica realpolitik que piensa al concierto internacional como un conjunto de "naciones soberanas" relacionadas entre sí. No en balde el magnate presidente tiene la opinión de Henry Kissinger en alta consideración, siendo éste promotor del sionismo y su proyecto de colonización de Palestina.
Quienes enfrentan a Trump tienen una buena porción de poder en los medios corporativos de comunicación, las entidades financieras de Wall Street, las corporaciones de Silicon Valley, la industria cinematográfica y el negocio del espectáculo 2.0, diferentes conglomerados industriales, y ciertos sectores del complejo industrial-militar. Lo que investigadores y analistas políticos llaman el Estado profundo, una generalidad para referirse a los globalistas.
El proyecto de Trump, cuya verdadera base de poder está en petroleras y alianzas políticas con distintos emporios económicos que adversan la visión globalista, tiene el fin de hacer un país próspero a costa de la productividad industrial y un mercado interno con base al libre cambio, regido bajo una estructura que dé libertad de empresa y que está expresada en la Carta de Derechos de la Constitución norteamericana firmada en el siglo XVII.
Es por ello que han calificado a Trump de nuevo Gorbachov, siendo éste quien firmó, como líder de la extinta Unión Soviética, el desmantelamiento de la potencia comunista, cuyos restos fueron engullidos por los globalistas, a tal punto que hoy día aún existe una fuerte influencia de esa rama en la política económica de la Federación Rusa. El magnate presidente pretende desde adentro, como lo hizo el soviético, desmantelar el corretaje que hace posible el avance (torcido por la emergencia en el mundo del bloque euroasiático) del proyecto globalista.
Por otro lado, la pugna entre esos dos bloques se nota demasiado ante los medios; incluso sobrepasa lo ocurrido en la era Nixon con el Watergate, que obligó a la renuncia del entonces presidente republicano. En contexto, los despidos y renuncias en la Casa Blanca son apenas un síntoma más de una guerra interclasista en el seno de los EEUU por las riendas del Imperio.
La errancia del Imperio viene de la mano de su declive
Auscultando el poder estadounidense
La cantidad de funcionarios que entraron y salieron del gobierno gringo en lo que va de era Trump es abultada (26 hasta el momento), tomando en cuenta que la dirección política de la administración actual ha sido errática, contradictoria e irregular. Ese cambio constante de nombres en un mismo cargo es apenas una expresión de la estrategia de la Casa Blanca.
Por eso las promesas del magnate presidente durante la campaña presidencial de hace unos años son ahora imposibles de asumir, sobre todo porque el músculo cerebral capaz de idear estrategias y pensar tácticas que pudieran inclinar la balanza a favor de los WASP ya no forman parte del gobierno gringo.
Figuras como el teniente Michael T. Flynn y Steve Bannon, que llegaron flamantes y vilipendiados por la prensa corporativa como los principales asesores y estrategas de Donald Trump, han sido dados de baja debido a la presión de los globalistas para torcer el proyecto America First e intentar controlar los designios de la Casa Blanca aumentando el número de personal proveniente del Estado profundo. Sobre todo neoconservadores y halcones liberales, al menos identificados con las opiniones antiiraníes de Trump.
Ciertamente, ahora la Casa Blanca tiene funcionarios a cargo de la política exterior que quieren apretar las tuercas contra la República Islámica de Irán.
Además, tomemos en cuenta la influencia israelí no sólo en Washington sino en toda Norteamérica. El ente sionista siempre ha sido beligerante frente a Irán y sus apoyos antiterroristas contra el Líbano, Siria, Irak, etc. La agenda antisiria y antiiraní, de hecho, parece estar ganando la pugna en el área militar en la cabeza de Trump, por encima de otras relacionadas con Rusia y Norcorea.
Por ejemplo, ya vimos cómo el nuevo secretario de Estado proveniente de la CIA, Mike Pompeo, dio paso a la diplomacia estilo Kissinger en el conflicto de la península coreana, mientras se refiere a Irán y sus aliados en Medio Oriente como amenazas a la seguridad occidental.
Los personajes clave en la trama de decisiones a lo interno del Salón Oval presidencial son en este momento el mencionado Pompeo; el asesor de seguridad nacional John Bolton, neoconservador que piensa más bien que Corea del Norte no se va a "desnuclearizar" debido a la memoria fresca de lo sucedido en Libia; el general Joseph Dunford, jefe del Estado Mayor estadounidense; James Mattis, jefe del Pentágono y ahora reconocido por ser un punto de equilibrio entre el extremo belicismo de Bolton y Pompeo y la insuficiente servidumbre a los planteamientos de Trump.
Fue precisamente el secretario de Defensa quien logró imponer al presidente de EEUU la decisión de atacar Damasco de manera "moderada" el 14 de abril pasado. La prudencia de Mattis, quien sabía de las consecuencias letales que hubiera tenido un ataque de mayor envargadura como prefería Bolton ("bombardeo masivo" dicen los reportes), hicieron de él un antagonista claro a los intereses de los globalistas por destruir Siria y caotizar Medio Oriente, acorde al plan neoconservador.
Por otro lado, el mismo Mattis anunció recientemente que la presencia militar de EEUU en Siria y Afganistán se postergaría indefinidamente, contrario a lo expresado en marzo pasado por Trump. Este signo denota un punto a favor de la agenda del Partido de la Guerra en Medio Oriente, mediante la agudización del conflicto diplomático y económico contra Irán y la guerra en Siria.
La estrategia diplomática de Mike Pompeo tiene, asimismo, componentes humanos con experiencia en la CIA y en la burocracia estadounidense. Un nuevo personal que supone un relevo a los diplomáticos y el staff de Rex Tillerson, quienes presuntamente apoyaron, como sus predecesores (Hillary Clinton y John Kerry, secretarios de Estado durante la Administración Obama), a la filial "ciudadana" de Al-Qaeda: los Cascos Blancos. Por ello la detención de financiación a ese grupo en recientes días, flujo que pudiera llegar por otras vías diferentes si EEUU decide continuar con la errática estrategia de mercenazgo en Medio Oriente.
Al parecer Trump confía en su nuevo secretario de Estado, Bolton está por probarse en su influencia de la política exterior de Washington, Mattis aún permanece fijo en su puesto hasta nuevo aviso, y John Kelly, jefe de seguridad nacional de EEUU, parece que será relevado por Corey Lewandowski, un operador sionista del círculo íntimo del magnate presidente.
El vuelco de 180° con respecto a lo que Trump pregonaba en 2016 (política de no-intervención, resurgir de la República estadounidense) no fue una ardid engañosa del magnate, sino más bien una consecuencia de las presiones y batallas que se le han impuesto al inquilino de la Casa Blanca en detrimento del proyecto WASP.
La ratificación o no del acuerdo nuclear iraní por parte de EEUU dejó de ser una prueba de fuego para convertirse en una certeza de que Trump ya decidió salirle del pacto, al mismo tiempo que lanza una guerra comercial con China y su equipo de asuntos foráneos mete sus manos en la política regional latinoamericana.
Tantos frentes abiertos no significan otra cosa: la errancia del Imperio viene de la mano de su declive, y por ello mismo está sometido a una batalla política sin precedentes en la historia de los EEUU.
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